Adentrarse en Al Salam implica aceptar los códigos de la calle. En este suburbio del este de El Cairo juega España sus partidos en el Mundial. Rodeado de marginalidad, la Escuela Militar ha construido un moderno estadio que contrasta con la vida austera de sus vecinos. La hipocresía de la sociedad egipcia reunida en unos pocos metros cuadrados. Lo primero que recomienda Ashraf, el interprete que acompaña a este periodista, es tan sencillo como punzante: "Vete siempre con una sonrisa por delante y no fotografíes a mujeres. Podrían tener problemas con sus maridos". El resto viene casi dado.
Pese a las altas temperaturas y la falta de medios, el fútbol es el único divertimento de los niños del barrio. Pueden pasarse horas jugando. Sin zapatillas, sin porterías, a veces incluso sin balón, usando un doom, una fruta parecida a la naranja muy común en el país. La presencia extranjera, lejos de coartar a la muchedumbre, sirve de excitación general.
Los adultos toman buenas vistas desde las cafeterías y fuman shisa, cuyo humo les sale por nariz y boca de manera narcotizante. Los chicos, cada vez más, enseguida montan un partido de forma atropellada con un viejo balón y un par de piedras para delimitar las porterías. El campo queda constituido en plena carretera. Forzadamente, juegan al fútbol queriendo agradar ante la oportunidad que se les presenta.
La vida en Al Salam es complicada. El salario medio mensual no llega a 50 euros y la tasa de desocupación es muy alta. Los valores del Islam también están muy arraigados. Se comprueba con la llamada a la oración desde las mezquitas. Muchos van a rezar. Otros ni se inmutan. El ritmo vital se detuvo hace tiempo para ellos.
Tampoco las niñas tienen cabida. Se lo encargan de hacer ver enérgicamente el resto, educados en aspectos tan firmes como que el fútbol va en contra de su feminidad. Falta por comprobar si la presencia estos días de la Selección se ha hecho notar. Y así es. Proporcionarles una camiseta de España termina de revolucionarles. Ver en directo uno de sus partidos en este Mundial sería un sueño. Un sueño inalcanzable, pese a que las entradas no llegan a dos euros y el escenario se encuentra a menos de 500 metros. Por detrás de sus sonrisas, un burro abandonado deambula perdido y varios transeúntes ayudan a los implicados en un accidente, cuyos restos desaparecen al poco tiempo. Es Al Salam, en castellano La paz. El barrio de los contrastes que sólo España y el fútbol pueden hacer feliz
1 comentario:
Buen artículo. Por cierto, conocemos el rival en Octavos?
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